Palabras bajo el mar, la primera novela de Fernando Trías
De Bes, es la historia de una familia que lucha por liberarse de los traumas de
un pasado, de los males encerrados en la caja de Pandora, a través del poder de
la imaginación y de la fuerza de la sensibilidad.
El libro comienza por el final de la historia en la que Leo,
el protagonista, coge un tren desde París a Madrid para ir al funeral de su
querida amiga Manuela, la que había sido su niñera durante su infancia y
juventud.
Todo arranca en
el año 1914, en Madrid, la ciudad de los pecados de la familia Belienzo. Al
principio describe una época llena de ternura y cariño, en la que “todo huele a
vida y a luz, una luz blanca y deslumbrante” (pag. 18). Pero más tarde la
felicidad se convierte en desgracia con el fallecimiento de la abuela Camelia y
con el nacimiento de Mika, la hermana de Leo, que llega al mundo con “el cráneo
deshecho” (pag. 21). Como consecuencia la madre se derrumba arrastrando con ella
a su marido Alejandro, el cual empieza a fracasar profesionalmente a causa de
su difícil carácter. Para salir adelante el padre deja de trabajar cómo
filólogo y se hace escritor. Su único cliente, el editor más influyente de
Madrid, publica dos de sus novelas que lamentablemente nadie adquiere. Pero un
día, Alejandro se niega a entregarle “más capítulos de una novela por entrega
que “el ladrón de palabras” le había encargado” (pag. 26) y éste desaparece. Esta dolorosa
situación supera a su mujer y ésta decide abandonarles. Desde ese momento la
familia la da por muerta
cobijándose en la teoría de que, “cuando no se vuelve a ver a alguien es que ha
muerto” (pag. 27). Al cumplir Leo los ocho años la familia Belienzo se ha
empobrecido. Van sobreviviendo del dinero que obtienen por la venta de los
muebles. Dadas las circunstancias, el abuelo le propone a su hijo Alejandro el
reto de escribir el poema perfecto. Al mismo tiempo que el padre se encierra en
sus pensamientos intentando crear el poema perfecto, Leo recibe la visita del
trapero que viene a devolverles el diario de la abuela Camelia encontrado en
uno de los muebles que les ha comprado. Tras empeñar todos los muebles se
arruinan teniendo que abandonar Madrid para mudarse a un viejo caserón, la
única propiedad que les queda en un lugar llamado el Páramo. Allí conocen a
Manuela que les ofrece trabajar gratuitamente como niñera y al cura del pueblo,
el Padre Andrés. Leo piensa que Manuela es “como una ola de mar” (pag. 55),
pues representa la vida que va y viene. En su estancia en el Páramo, Leo abre la
caja de Pandora sacando a relucir aquellos secretos familiares ocultos e
imposibles de desvelar. Gracias a un amigo excéntrico, que cree ser el Espíritu
Santo, descubre lo que se halla escrito en el diario de su abuela Camelia, que
narra los sucesos de su vida. A través de la clandestina partitura de los
Preludios de Chopin, que Leo gana en una partida de ajedrez construido con
insectos contra su abuelo, averigua que en el concierto más importante de la
vida de su abuelo, ante los reyes de España, éste se queda en blanco a mitad de
ejecución, después de cuatrocientos compases, justo al llegar al Re sostenido.
Gracias a un árbol imaginario que lanza letras por el aire para conformar el
poema perfecto, finalmente el padre de Leo consigue crear y terminar su gran
obra maestra. También Mika consigue ser libre abandonando el mundo de los
vivos. Una vez rotas las cadenas herederas, el “círculo que todo lo encierra”
deja “de existir” (pag. 183) dando paso a la liberación del alma de los
Belienzo.
El tema obsoleto que yo he escogido para comentar es la
música.
Después de investigar la vida
de Fernando Trías de Bes, he podido descubrir la similitud que existe entre la
pasión que los Belienzo y el autor sienten por la música. En su biografía,
Trías de Bes declara su afición por la música. Estudió la carrera de piano y
confesó ser un músico frustrado al que el miedo escénico concienció de lo que
supone el “estrépito del arte en presente de indicativo”. Comenta que empezó
tarde y que toca el piano bastante mal. Dice que compone mejor de lo que
interpreta. Alude que su música es del género malo, ya que tiene problemas
rítmicos y armónicos debido a su falta de formación en las técnicas de la
armonía y el contrapunto, que es lo que Leo, el protagonista del libro, estudia
en París al inicio de la novela. El autor confiesa que un día, a pesar de de
que la música fuese su grial, descubrió que su caudal creativo se plasmaba
infinitamente mejor con letras que con corcheas. Su pasión por la música es uno
de los elementos fundamentales de la novela, pues en ella queda reflejado ese
“estrépito” musical, ya que es ella la que esconde el secreto familiar y la que
sitúa la trama en 1914.
El
personaje que he elegido para hacer el análisis es el abuelo de Leo.
José es uno de los personajes más importantes de la obra de
Fernando Trías de Bes. Juega uno de los papeles principales. Al principio de la
historia da la sensación de ser un hombre desinteresado y malhumorado, pero con
el transcurso de la historia se dan una serie de sucesos que explican la razón
de su fuerte carácter destructivo.
En la época de juventud del personaje, éste es un pianista
muy reconocido en España que tiene
mucho éxito como concertista. Un día, en 1882, se le brinda la gran
oportunidad de dar un concierto como solista en el Teatro de Madrid ante toda
la clase alta española y al que también asisten los reyes de España. En la
carta que le mandan a casa con el programa le dan la opción de escoger, proponer y decidir qué interpretar. Sin
más dilación José decide interpretar Los 24 Preludios de Chopin. La partitura
no se ha editado para entonces y en uno de los viajes que hizo José a París, va
a Montmartre y consigue una copia de las partituras. El concierto es un regalo
de su Majestad Alfonso XII a su Majestad la reina María Cristina por su veinte
y cuatro cumpleaños. Para José, en cambio, este concierto es un regalo para su
reina, la mujer de sus sueños, su esposa Camelia y también abuela de Leo. Pero
a mitad de concierto el abuelo de Leo se queda en blanco destruyendo la
oportunidad de triunfar y arruina su carrera profesional como pianista.
Durante los años de vida de Camelia, José se cobija en ella
ocultando sus temores, pero tras la muerte de ésta, José se hunde en un
interminable mar de frustración y melancolía, quedándole tan sólo un vacío
inmenso de lo que un día pudo haber sido y nunca llegó a ser. Por este motivo
el abuelo demuestra en la novela un aire arrogante y calculador durante la
infancia de su nieto Leo. Cuando la familia se arruina, José empieza a cambiar
motivando a su hijo, el padre de Leo, a escribir el poema perfecto. Él mismo
retoma las prácticas de piano y comienza a hacer ejercicios que se convierten
en duros ensayos y finalizan sonando como Los Preludios de Chopin. A pesar de
los múltiples intentos, el abuelo no logra cruzar la frontera que exime las
culpas de pasado y proporciona la llave de la libertad. Gracias al profundo
afecto y fuerte apoyo que recibe por parte de su nieto, finalmente consigue
superar sus propios miedos enfrentándose a su pasado y superando la barrera del
miedo que le impedía abrir la puerta de la libertad.
Durante la novela se revela el exigente carácter de José
consigo mismo. Ésta es la causa de sus continuos ataques de rabia contra su
hijo Alejandro retándole a escribir el poema perfecto o de su actitud rebelde
al proponerle a su nieto Leo ganarle jugando una partida de ajedrez.
También florece una notable sensibilidad del personaje en su
trato hacia su esposa. Llama la atención que una persona aparentemente
testaruda y fría sienta tantísima admiración y pasión por su mujer. En el
primer capítulo el autor hace referencia al comportamiento que el abuelo
expresa en el momento en que Camelia fallece. En el transcurso de las últimas
cinco semanas que Camelia pasa en agonía, José no pasa un solo instante sin
separarse de ella o sin cogerla de la mano y tras su muerte, éste se encierra
durante dos meses en la habitación de su mujer. Cuando la melancolía le gana la
batalla la familia le oye los gritos de dolor.
En conclusión, el modo en que el personaje se va
desarrollándose durante la novela es admirable. Al comienzo del relato se nos
presenta un abuelo asocial, desinteresado y voluble. Con el transcurso de la
novela su carácter va cambiando mostrando cierta sensibilidad regada de afecto
y expresiones de cariño. El cambio de actitud, al final del relato, es
sorprendente, cuando este mismo se da cuenta que puede superar el telón de
acero tocando una nota más en el piano y logrando así su libertad impregnada de
satisfacción, orgullo y felicidad.
Y un instante tan breve como infinito, el instante que
contiene la vida, el instante que mueve a los corazones tiñe de blanco los ojos
de Santiago, pone en blanco los de Mika y los de mi padre, entorna de blanco a
la vez los de Camelia, el caliente blanco que se introdujo en su cuerpo, el
mismo blanco que emerge fuera del cuerpo de Santiago, el mismo blanco que
inundó años atrás la mente de mi abuelo para cortarle la respiración a sus
dedos.
Se hace un silencio y aparece el ángel de la guarda. Una
dulce chica llamada Marta, de unos veinte y cinco años de edad cruza la puerta
sin llamar. Se introduce en la casa de la perdición dejándonos a todos
perplejos, sin habla. Suavemente atraviesa la casa hasta alcanzar la habitación
dónde bailan las corcheas junto a las notas blancas. Con la boca entreabierta
deja escapar una pícara sonrisa. El ángel de la guarda apoya su mano izquierda
sobre el hombro derecho de mi abuelo pidiéndole asiento. Marta desliza sus
dedos casi trasparentes por la hilera de teclas del piano. Una suave armonía
acompaña a los veinticuatro Preludios de Chopin. La melodía comienza a aflorar.
Compás trescientos noventa, tan sólo a diez pasos de la libertad. La línea
prohibida se va acercando, cuando el ángel de la guarda para de tocar y deja
caer sus manos inmortales sobre las blancas manos de mi abuelo. Con un gesto de
compasión y un respiro de esperanza coloca los dedos de mi abuelo sobre el
teclado del pecado y juntos continúan la melodía atrapada en el compás
trescientos noventa y nueve. Mi abuelo alza un instante la mirada y cierra los
ojos a continuación. Con el corazón en un puño deja que sean sus dedos los que
luchen por lograr cruzar el muro de las almas inmortales. Compás cuatrocientos.
Blanco, blanco, blanco. Vida y muerte. Condena y liberación. Re sostenido. La
frontera de los pasos sin nombre y los sueños sin dueño.
-¡Vamos abuelo!
Queda una letra, sólo una, la última fracción del árbol. A
Mika le resta una sola respiración, un solo latido.
-¡Una nota más abuelo! ¡Una nota!
La imagen del árbol de letras ha muerto, ha desaparecido
para siempre, me desespero.
-¡Vamos no tengas miedo abuelo!
El silencio y el tiempo congelados hasta ese momento
reanudan su marcha. Un compás más, el compás cuatrocientos uno resuena
ensordecedor.
Yo también doy un paso más, el paso cuatrocientos uno. Ya no
corro hacia el árbol de las letras, ni lucho por construir el ajedrez perfecto
para ganar a mi abuelo. Somos libres. Mi padre ha escrito la última palabra que
le ha abierto la puerta hacia la libertad. Mi abuelo ha logrado superar el
compás cuatrocientos uno y ha tocado los Preludios de Chopin haciendo sonar
hasta la última nota de la melodía. Mika ha cerrado los ojos para descansar en paz.
Y yo he corrido en busca del árbol de las letras para abrazarlo, pero ya no estaba. Somos libres, libres por
fin.